21 de marzo de 2012

COCINA Y ESCRITURA


Estaba leyendo hoy el blog de El Comidista, un blog que para quién no lo conozca recomiendo, donde además de encontrar buena cocina hay también mucho sentido del humor. El post que más me ha llamado la atención trataba sobre  quién escribe realmente los libros de cocina. 

Después me he puesto a reflexionar sobre la escasa valoración que se da a la redacción de una receta. Yo que leo y releo muchos recetarios, admiro a los que son capaces de exponer de forma amena una receta, o describirla brevemente y que se entiende todo. A veces vuelvo a leer mis recetas publicadas y me pregunto si estarán bien explicadas o por el contrario me paso dando instrucciones, tengo que admitir que echo mano muchas veces de un diccionario de sinónimos porque se me agotan las formas de decir echar, añadir, agregar o acciones similares. 

La cocina es muy repetitiva, todo se resume en lavar, pelar, picar, echar, cocinar y servir. Una rutina para mí, aunque la tenga como afición, puede relajarme, como a otra persona que tenga por pasatiempo construir maquetas con cerillas. Con una diferencia importante, al final todos tenemos que alimentarnos, lo que convierte este hobby en una obligación que puede llegar a ser aburrida. Pero como todas las cosas que se hacen por gusto, al escribir sobre cocina le intento poner, pasión, cariño y sentido del humor, quizás a veces no redacte muy bien, o de explicaciones poco claras, pero me tomo mi tiempo (que no me sobra) en hacerlas medianamente legibles, porque quiero hacer el blog que a mí me gustaría leer. 

Todo lo dicho hace que mi respeto hacia los buenos escritores gastronómicos vaya en aumento, desde este humilde blog, quiero rendir un pequeño homenaje a todos ellos.

Para terminar, hoy 21 de marzo, inicio de esta invernal primavera, es también el día mundial de la poesía, y puedo afirmar que a veces se puede encontrar un verdadero poema en la descripción de una deliciosa comida.

Poema El Gran Mantel de Pablo Neruda

Cuando llamaron a comer
se abalanzaron los tiranos
y sus cocotas pasajeras,
y era hermoso verlas pasar
como avispas de busto grueso
seguidas por aquellos pálidos
y desdichados tigres públicos.

Su oscura ración de pan
comió el campesino en el campo,
estaba solo y era tarde,
estaba rodeado de trigo,
pero no tenía más pan,
se lo comió con dientes duros,
mirándolo con ojos duros.

En la hora azul del almuerzo,
la hora infinita del asado,
  el poeta deja su lira,
toma el cuchillo, el tenedor
y pone su vaso en la mesa,
y los pescadores acuden
al breve mar de la sopera.
Las papas ardiendo protestan
entre las lenguas del aceite.
Es de oro el cordero en las brasas
y se desviste la cebolla.
Es triste comer de frac,
es comer en un ataúd,
pero comer en los conventos
es comer ya bajo la tierra.
Comer solos es muy amargo
pero no comer es profundo,
es hueco, es verde, tiene espinas
como una cadena de anzuelos
  que cae desde el corazón
y que te clava por adentro.

Tener hambre es como tenazas,
es como muerden los cangrejos,
quema, quema y no tiene fuego:
el hambre es un incendio frío.
Sentémonos pronto a comer
con todos los que no han comido,
pongamos los largos maneles,
la sal en los lagos del mundo,
panaderías planetarias,
mesas con fresas en la nieve,
y un plato como la luna
en donde todos almorcemos.

Por ahora no pido más
que la justicia del almuerzo.

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